13.5.05

En los pines también se cuentan historias... "Primera frustración amorosa"

-Deja, deja... yo te pago -Seguro? Mira que yo tengo -Si, ya está, el próximo me lo pagás vos... -Bueno, dale... -2 escolares, por favor...

Carola se hizo pasó entre la señora de la cartera verde (bastante fea, por cierto) y el hombrecito del sombrero gris. Hizo un recorrido veloz por todo el colectivo y notó que solamente había un lugar disponible en el fondo del saturado medio de transporte. Justo en esa fila de asientos donde los mayores nunca se atreven a sentarse por el riesgo a la frenada de golpe de los insensatos colectiveros. Paradójicamente, era el lugar preferido por ellos. El lugar que siempre los cobijaba aprovechando la ventaja de “agarre al asiento” que su edad les brindaba. Además, allí siempre podían estirar las piernas, situación ésta, que se estaba volviendo cada vez más importante para Manuel, que ya superaba la altura media histórica de la familia y empezaba a ilusionar a cazatalentos deportivos (ilusión que rápidamente se desmoronaba al chocarse con las reales condiciones de la joven promesa).

Entonces, Carola se dirigió hasta la última fila de asientos y aguardo parada, sosteniéndose como podía y compensando el peso de su inmensa mochila rosa (que había sido de su hermana) con el soporte que le brindaba el respaldo del último asiento de la columna de los “solitarios”. En esta butaca se encontraba un chico probablemente 2 años mayor a ella, muy posiblemente en primer año de la secundaria, que sin lugar a dudas no se inmutó ante su presencia, ni le cedió el asiento (tal vez como conocedor de que él estaba ejerciendo su derecho de persona mayor).

Manuel depositó los 10 centavos correspondientes y espero pacientemente a que la máquina le retribuyera su acción con el boleto. Hacía ya 2 años que sus madres los habían dejado volver de la escuela solos (mejor dicho, juntos). “Al fin y al cabo, son tres paradas, y los chicos son muy responsables”. En esos dos años, nada especial había ocurrido. Cuarto, quinto, y ahora sexto grado era lo que ocupaba sus vidas. Eso, y el último dibujito que se enganchaba justamente a la hora de la leche.

Carola y Manuel habían hecho de sus vueltas a casa una costumbre divertida y tranquila. Ya habían hablado de casi todo. Sus familias y sus vidas ya no debían tener secretos para el otro. Manuel sabía de cuando Carola se pasó con los dulces y le vomitó toda la mesa al tío. Carola había escuchado cien veces la historia de cómo Romina le pellizcaba la cola en primer grado y luego llegaba a la casa con todas sus pompis rosadas. Sin embargo, esta era la primera vez que Manuel le “invitaba” un boleto. Ambos compartirían un mismo número y, por supuesto, ya sabían lo que esto significaba...

-Cuarenta y un mil ciento veintiuno- le dijo mientras se acercaba a la última fila de asientos- 4 más 1, más 1, más 2, más 1...12.

-Sentate. A-b-c-d-e-f-g-h-i-j-k-l. Ele nos tocó....se te ocurre alguién?

-No, sentate vos, dale, son dos paradas. Ludmila, Luciana, Lila.. no.. no, no se...

Manuel trataba de recordar cualquier nombre con L, porque sabía que era importante disimular. Tanto él como ella sabían muy bien que el 12 a su vez podía ser el 1 más 2. Es decir, claro, 3. A-b-c... Coca, Claudia, Carla, Carola...si, Carola. Aún no estaba preparado. Su corazón palpitaba como el día de su cumpleaños en el pelotero, justo antes del primer timbrazo. Debía tratar de pasar desapercibido lo más posible, sabía que un mínimo gesto lo delataría. Aún no se hallaba listo para declarar su amor. Si hacía recién algunos meses que había descubierto que también se podía pasar un buen rato con las chicas fuera del ámbito del “quemado” en el patio de colegio. Todavía debía replantearse bien las cosas, y si decía que no... Prefería disimular por un tiempo, y luego, ahí si, encararla y...

-Ele? Te dije ele no? Leandro... Lea! No te puedo creer, te juro que nunca me había pasado. Ahh! Las chicas me van a cargar mucho cuando se enteren. Manu, te parece que me lo puedo quedar, me lo regalás?... digo, vos lo querés por algo? -No, dejá, quédatelo, es tuyo también. Yo para qué lo quiero- Su rostro perdió por lo menos 2 años de niñez, sus músculos se relajaron, su boca se enlutó, sus ojos dejaron de brillar, y su corazón disminuyó su ritmo cardíaco a un par de pulsaciones por minuto. -Bueno, gracias... es increíble, yo pensé que nunca me iba a dar bola... Y el colectivo siguió su marcha una parada más. La parada más larga en dos años para Manu. La más rápida para Caro, que se empeñaba en sumar de nuevo los valores absolutos de cada una de las cifras mientras dejaba volar sus sueños por la ventana, junto con los chicos que se tiraban venenitos de los árboles al otro lado de la avenida. Ambos, bien profundamente, se sentían distintos. Ya ninguno era el mismo. Nadie podía negar la preeminencia del boleto por sobre cualquier otro augurio. Nadie podía obviar la suerte del destino una vez que los números habían dado su veredicto. Todos confiábamos (y sabíamos, a su vez) que no había error posible. Hasta el mismo Nostradamus, se comenta, poseía una expendedora de boletos. Por eso, al momento de tocar el timbre y bajarse, sus mentes reflejaban historias diferentes.

Caro retiró sus dos pies juntos y con un saltito alcanzó el cordón de la vereda. Manu, en cambio, bajó pesadamente tras de ella. Apoyó primero uno, y luego otro de sus largos pies. Se saludaron con un beso frío, y caluroso a la vez, según quien lo reflejara. Cada uno enfiló para su casa... Caro recorrió la media cuadra que la separaba de su portón blanco de metal con pequeños saltitos de soga. Manu, en cambió, arrastró sus pies hasta la siguiente cuadra donde ya aguardaba un gran plato de sopa para apaciguar el frío clima, y entibiar su congelada alma...
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