8.5.10

Y si un día vuelvo

Motivos sobran, excusas faltan.
Volver? Continuar?
Ahora dicen que habría basura blogueril.
Que me vengan a cerrar el morral y te la cuento...
Me dieron ganas de escribir. Dónde estuvieron tanto tiempo. Por qué supeditar todo al tiempo si en definitiva uno lo hace ser. Si es cuestión de gustos, me quedo con Aión.
Quedan los etcéteras y los puntos suspensivos suspensivos suspensivos.

16.8.08

A veces pasa sentir que abris el diario y..."Cosas que te pasan si estas vivo", por Javiers

  • 1 am en una calle céntrica de Buenos Aires. De esas que son angostitas pero que parecen aún más pequeñas por los altos edificios que las rodean. Ahí nomás los mozos de una pizzería despachan a los últimos clientes con los ojos enrojecidos del fin de la jornada laboral.
  • Un joven de unos 24 años camina torpemente, aunque con hidalguía, hacia la parada de un colectivo. A su lado, transcurren escenas de adolescentes perfumados que intercambian exultantes comentarios. El joven apenas los mira, concentrado en las imperfecciones del suelo y convencido en que aquello que ocupa su pensamiento es, precisamente, no pensar en nada. A veces le sucede.
  • Tras largos minutos aparece el colectivo predestinado a depositarlo cerca de su casa. El joven desanda la distancia al saludo con el chofer, luego a la máquina y finalmente al asiento, de a 2, compartido con un muchacho de rulos de aspecto centroamericano (quiénsabeporqué).
  • Los primeros minutos se debate entre sacar un libro o escuchar conversaciones ajenas. El leve vacilar de pensamientos promovido por algunos vasos de bebida etílica no lo disuaden y termina por sacar un libro de tapa naranja, rústico en su estética y muy prometedor en su contenido. Las primeras hojas desbordan teoría que rebasa de los renglones y se pierde en los márgenes. Ni siquiera pareciera existir mediación de su lectura.
  • A punto de cerrar el libro y dedicarse a la contemplación de un paisaje que se empeña en correr en dirección contraria al colectivo, el joven pasa las hojas hacia el final y para su sorpresa encuentra más palabras que no se atan a las primeras por una solución de continuidad. Allí descubre un anexo que habla de distintos medios de comunicación alternativos, de intervenciones callejeras, de ideas políticas y políticos de ideas. Mágicamente el equilibrio se restablece en sus neuronas y las palabras que son pisadas por la vista recuperan la coherencia que el autor debía haber supuesto. El viaje entonces se hace corto y acaba en el momento de mayor excitación del lector (como no podía ser de otra manera).
  • El joven toca el timbre del colectivo aun sin levantarse del asiento, se apura a guardar el libro naranja en la mochila, ubica esta en su espalda y baja en 2 saltos. El viento vuelve a golpearle la cara y le devuelve la imagen de una ciudad quieta y en responso. Sus manos reafirman la mochila a la altura de sus hombros y sus pies cruzan la avenida. Las paredes se descubren entonces pulcras, hojas en blanco que piden la palabra a gritos mudos. El joven piensa: “si tuviera un aerosol en mi mochila”.

29.7.08

Y de vez en cuando la tecnología nos deja entenderla (un poco)...

18.12.07

Una canción a (des)tiempo...Llanto ven

Si la música no fuera más que una expresión del alma uno se empalagaría de escuchar sus sensaciones.
No obstante la música nunca puede reflejar fielmente, en cambio siempre potencia, para más o para menos aquello que nos sucede. Sea el llanto que se escondía bajo un ojo cristalino o la risa movida por el viento centrífugo del correteo en círculos de las manos de un ser querido. Hoy son lágrimas que expresan más de lo que uno podría decir y, hasta me atrevo a decir, más que lo que podría pensar que siento. Lamentablemente el sentir no tiene otra forma de expresión que el sentir, pasarlo por la razón es perder ese hálito mágico al que hasta “hálito” le queda mal. Zambullirse en la lágrima es un deseo de verano caluroso. Triste y doloroso, pero deseo al fin. No hay forma de escaparse y hasta creo que no es bueno. Transitar la lágrima por ahi sea el camino a desandar para volver a la risa. Que brote a carcajadas nuevamente, y que esta vez no culmine en llanto. Pero nada hay que hacerle, los sentimientos, los llantos y las risas son incontrolables. La puta madre que lo parió, nunca nadie podrá disfrutar la belleza del sufrir sin ser sádico. La puta madre que lo parió, no soy sádico. Lloro. 17:10 durante “Tu me estás atrapando otra vez”. A. Calamaro. M.A.

14.5.07

De emociones que cuelgan de elásticos..."Esencias de Cronopios"

Algunas veces siento que mi vida pende de un hilo. Más grueso o más fino dependiendo de la circunstancia. Por lo general esta sensación se manifiesta en momentos de suma tensión, donde apenas una mueca amenaza a desestabilizar todo mi contexto y ser determinante en mi caida.

Pero esas son cosas a las que inevitablemente he debido acostumbrarme a lo largo de mi existencia. Mantenerme en alto y seguir para adelante. “El show debe continuar” he escuchado decir –y hasta cantar. Estirarme y acomodarme a lo que venga es lo que me han enseñado desde un principio, y con anatómica justeza pretendo cumplirlo.

Sin embargo, reconozco que al empezar de esta forma soy parcialmente tramposa. No porque lo antedicho no sea cierto, para nada, la mayoría de mi vida transcurre entre las sombras al reparo de alguna casa circunstancial, pero dificilmente hombre alguno considere reparar en la situación de una como yo, totalmente distinta de mis hermanas ya que ni ahogada en la tristeza puedo moquear.

Cuando tengo momentos como estos, sobrevienen sin embargo los recuerdos de otros tiempos pasados, tan fugaces como maravillosos. Entonces siento que la vida me sonríe y mi minúscula presencia se agiganta hasta puntos impensados. Puedo disfrutar de la fama que han depositado en mi mis predecesoras y apenas las miradas me encuentran, gozo con las caras iluminadas de los ocasionales espectadores. Sonrisas llenas de ilusiones, gestos cómplices y, por sobre todas las cosas, infinitas expectativas.

Debo decir que he vivido en carne propia esas pesadillas donde la luz súbitamente se enciende y me encuentra desnuda frente a un montón de público. Todos sentados al borde de la butaca: niños con sus caras vivaces inclinadas hacia el frente como si una baba de diablo, invisible pero tenaz tirara de sus ilusiones hasta escaparse por sus narices (ja! justamente sus narices). Entonces, siento la adrenalina correr por mi cuerpo y disfruto esos segundos de silencio hasta que algo pasa y uno se ríe. Entonces otro lo sigue y finalmente todos juntos, al unísono varias veces como en esas comedias ligeras de media tarde, en canon melódico otras tantas, aunque la mayoría de las veces desacompasadamente, con algunas estridencias y ampulosas variaciones, de esas que hasta a mi me tientan de risa y dificultan mi labor que consiste, ya lo he descubierto por experiencia, en quedarme quietita, ahí en el medio, recibiendo todas las miradas, mientras alguien que me apuntala desde atrás habla payasadas y se esconde en mi prestancia.

Sin embargo voy a detenerme aquí, ya que algunos podrán acusarme de pretenciosa al endilgarme con tanta facilidad el don de traer la alegría. Algunos por ahí no lo saben, pero yo también tengo un lado emocional que ocasionalmente afloro en la cálida compañía.

Por todo esto, es que los momentos miserables pueden soportarse con más comodidad, por esos minutos o esos segundos mágicos de conexión con la gente. Por esas sonrisas o esas lágrimas que parecieran no humedecerme en mi roja impermeabilidad.
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