28.5.05

Es que a menudo encuentro el bolso manchado con frases escritas en tinta invisible ...

"...en este mundo no se arriba jamás a lo posible si no se intenta repetidamente lo imposible..." Max Weber en La política como Vocación

26.5.05

Porque a veces uno se prende una escarapela al morral..."Cuántas banderitas!"

25 de Mayo

“Bandera de la patria. Celeste y blanca. Símbolo de la unión y de la fuerza...” El recuerdo de aquella tarde es poco nítido, casi todo teñido de blanco, de nube, de aquella sustancia de la que está hecha la memoria. De sentimientos, anacronía, impresiciones, y algo más también. Aquella tarde de Junio, la de las corbatitas por primera vez. La del molesto jean y la gomina. La de la filmación de mis papás. La del “sí, juro”.

“Yo quiero a mi bandera, yo quiero a mi bandera... planchadita, planchadita, planchadita...” La tarde de ayer caía durante la vuelta a casa junto con mi mamá. Es la del recuerdo más discernible, de mejor definición. La de Córdoba congestionada y cargando a cuestas “la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo a la tarde”. La de la radio agobiante. La de los miles de autos con banderitas celestes y blancas. La del “patriotismo”.

Estos dos episodios antes mencionados están separados por aproximadamente 11 años. 11 años donde pasó mucho, aunque para algunos casi nada. 11 años de democracia, 11 años de vida en sociedad, 11 años que distinguen a un niño de un orgulloso aunque bastante incomprendido “sí, juro”, de otro un poquito menos orgulloso, pero mucho más desconfiado ser. 11 años que permiten ver otras cosas atrás de las banderas. Por ahí escondidas entre las franjas celestes, por ahí en las costuras, por ahí en las arrugas que le deja el viento al pasar, por ahí...

Ayer la capital era un desfiladero de autos con banderitas que ondeaban al viento. Los taxistas, orgullosos, apelaban a su patriotismo de turno para tratar de ganar un pasajero más que movido por los aires de Mayo lo prefiriera en lugar del otro “menos argentino”. El del pulcrísimo auto familiar que solo transportaba un señor de celular en mano y traje, la exhibía con su pecho inflado bajo el nudo de su corbata apretado. La señora del Peugeot con sus 2 hijos luchando en el asiento trasero, había pensado en ponerla cuando iba camino al colegio, pero la segura espera de los chicos en la puerta la impacientó y prefirió dejar pasar la oportunidad. Colectivos, motos, autos viejos, autos nuevos, etc. Todos tenían o querían su banderita que, como ya era evidente, estaban regalando en algún lugar de la capital.

24 de Mayo, último día previo al feriado. La gente había dejado de pensar al trasponer el umbral que separa el deber del placer. La mayoría, no obstante, recordaba que casi 200 años atrás empezaba un proceso de los más importantes en la historia argentina. El del cabildo abierto. El de los hombres que querían tener una calle a su nombre y se juntaban para discutir los pasos a seguir contra la dominación española de entonces (de entonces?). El que aún se ve en toda aula representado por el póster de Billiken. El de French y Beruti. El de las cintas azules y Blancas. Hoy, casi 200 años más tarde, el azul se ha tornado celeste y el blanco es aún más brillante que el de entonces. Los materiales son más sintéticos y su producción muchísimo menos artesanal. Pero esas no son las únicas diferencias, y mucho menos, las más importantes para mi. En lo que hoy pretendo hacer hincapié es en los intereses que hay detrás de estas banderas que más que unir o consolidar, intentan separar. Porque quien las repartía ayer guarda poco del altruismo que nos enseñaron en la escuela primaria de los “héroes” de nuestra nación. Ya no obra en función de la liberación de la opresión extranjera, sino que la permite, la soporta y la promueve. Se mueve por sus intereses, sosteniendo una ideología mucho más cerca del nacionalismo (mal entendido) que del patriotismo (alguna vez exaltado). Porque tampoco las repartía personalmente como French o Beruti, sino que se hacía presente en forma de escote esponsoreado. Esponsoreado por una radio que en su nombre resignifica también un número íntimamente relacionado a nuestro país. Paradójicamente, uno de los últimos motivos de orgullo (por supuesto deportivo).

Hoy, aproximadamente 11 años después, sigo creyendo en los ideales con objetivos puros, leales y utópicos de aquella infancia (hecha con la sustancia de la memoria). Pero trato de perder la ingenuidad que me demanda el presente. Para poder seguir creyendo lo que decía aquella vez, hace 11 años. Cuando esperaba que la bandera “...sea para todos los hombres mensajera de libertad, signo de civilización y garantía de justicia!”

21.5.05

Siempre en el fondo del bolso se encuentran panfletos de noches de insomnio... Cara y Ceca

Hoy me siento a pensar (y trato de escribir como siento y no sólo como pienso) cómo la abstracción puede enajenar a uno. Alejarlo de nuestra realidad (nuestro momento presente, contexto, historia) y llevarlo a la fantasía de la “realidad” actual que vivimos (la que nos venden y compramos). En este caso, a lo que me voy a referir es a las reacciones “naturales” (internalizadas, espontáneas) del ser humano. Las que se manifiestan cuando, ante cualquier caso para el que nuestra moralidad dicta un parámetro de comportamiento, uno tiende a pensar que todo aquello que lo viole está mal. Casi instintivamente nos pasa. Sin pensar, renunciando a nuestra capacidad racional que es justamente lo que nos hace humanos y nos diferencia (¿para qué?) de los animales. Entonces, a modo de ejemplo, procederé a reflexionar sobre un tema presente, de mi realidad, y al que se le aplica a este pensamiento. Cuando uno se enfrenta a una situación de robo (no me refiero a los ladrones de guante blanco), piensa enseguida y únicamente, en la pobre gente que se ganó todo lo que tiene a base de esfuerzo y en los “malvivientes” que le robaron. Pero poca gente alguna vez se detuvo a pensar en la otra cara de la moneda, en la ceca. La que se puede entender (y no justificar) por la mera denominación que aquí no fortuitamente le asignamos: “malvivientes”. Porque justamente éste calificativo es lo que los hace pobres a ellos y no a los damnificados “reales” (para la policía y la sociedad). “Mal-vivientes” son justamente eso, personas a las que el Estado, el sistema, la sociedad (o como quieran verlo) les ha quitado la posibilidad de vivir dignamente. De poder ganarse la vida como la misma sociedad manda a hacer. Imposibilitados de esto, no les queda otra que salir a robar, a transgredir las normas morales para poder sobrevivir. No obstante, esto no pretende ser una apología del delito, de la ley de la selva, del sálvese-quien-pueda, ni, mucho menos (creanme) un comentario con intenciones desestabilizadoras al estilo canal nueve. Lo único que se pretende es mostrar que como toda moneda (o billete), las cosas tienen dos caras. Una, la que nos venden y compramos desde que nacimos. La de los “malos”, “pervertidos”, los que “prefieren” la vida por fuera de los límites preestablecidos, los estigmatizados. Otra, la de los que sufren la exclusión, la desigualdad, las consecuencias de la “cara” anterior. Estas dos posiciones de la misma moneda, no obstante, están claramente definidas y, por ende, distinguidas. La primera, la que contempla el mundo de manera monocroma, binaria (la de los buenos y los malos), es la cara; y la segunda, la de las tonalidades de grises, la de las múltiples lecturas (“la otra”), es la ceca, no fortuitamente el reverso.

13.5.05

Sobre la etiqueta... "Dificilmente uno encuentre lo que busca de primera"

Las primeras veces son siempre complicadas. Entonces, así como a uno siempre le cuesta encontrar qué ponerse para salir (encontrar la forma más sencilla para resolver un problema, hallar la posición más cómoda para dormir, etc.), a uno le cuesta decidir qué está en condiciones para ser mostrado. Sobre todo, si es lo primero que sale a la luz. No obstante, en este morral, las cosas salen como uno las ecuentra, como aparecen a la vista. Uno mete la mano y saca cosas, todas cosas que son parte de uno, hasta esta inseguridad que muestra la etiqueta. Etiqueta arrugada seguramente (alguién ha visto alguna?). Etiqueta que se excusa de entrada, como aquella que pide no ser planchada ni lavada en lavarropas. Etiqueta que se puede dar vuelta, pero no se puede cortar. Por supuesto, made in Caracas.

En los pines también se cuentan historias... "Primera frustración amorosa"

-Deja, deja... yo te pago -Seguro? Mira que yo tengo -Si, ya está, el próximo me lo pagás vos... -Bueno, dale... -2 escolares, por favor...

Carola se hizo pasó entre la señora de la cartera verde (bastante fea, por cierto) y el hombrecito del sombrero gris. Hizo un recorrido veloz por todo el colectivo y notó que solamente había un lugar disponible en el fondo del saturado medio de transporte. Justo en esa fila de asientos donde los mayores nunca se atreven a sentarse por el riesgo a la frenada de golpe de los insensatos colectiveros. Paradójicamente, era el lugar preferido por ellos. El lugar que siempre los cobijaba aprovechando la ventaja de “agarre al asiento” que su edad les brindaba. Además, allí siempre podían estirar las piernas, situación ésta, que se estaba volviendo cada vez más importante para Manuel, que ya superaba la altura media histórica de la familia y empezaba a ilusionar a cazatalentos deportivos (ilusión que rápidamente se desmoronaba al chocarse con las reales condiciones de la joven promesa).

Entonces, Carola se dirigió hasta la última fila de asientos y aguardo parada, sosteniéndose como podía y compensando el peso de su inmensa mochila rosa (que había sido de su hermana) con el soporte que le brindaba el respaldo del último asiento de la columna de los “solitarios”. En esta butaca se encontraba un chico probablemente 2 años mayor a ella, muy posiblemente en primer año de la secundaria, que sin lugar a dudas no se inmutó ante su presencia, ni le cedió el asiento (tal vez como conocedor de que él estaba ejerciendo su derecho de persona mayor).

Manuel depositó los 10 centavos correspondientes y espero pacientemente a que la máquina le retribuyera su acción con el boleto. Hacía ya 2 años que sus madres los habían dejado volver de la escuela solos (mejor dicho, juntos). “Al fin y al cabo, son tres paradas, y los chicos son muy responsables”. En esos dos años, nada especial había ocurrido. Cuarto, quinto, y ahora sexto grado era lo que ocupaba sus vidas. Eso, y el último dibujito que se enganchaba justamente a la hora de la leche.

Carola y Manuel habían hecho de sus vueltas a casa una costumbre divertida y tranquila. Ya habían hablado de casi todo. Sus familias y sus vidas ya no debían tener secretos para el otro. Manuel sabía de cuando Carola se pasó con los dulces y le vomitó toda la mesa al tío. Carola había escuchado cien veces la historia de cómo Romina le pellizcaba la cola en primer grado y luego llegaba a la casa con todas sus pompis rosadas. Sin embargo, esta era la primera vez que Manuel le “invitaba” un boleto. Ambos compartirían un mismo número y, por supuesto, ya sabían lo que esto significaba...

-Cuarenta y un mil ciento veintiuno- le dijo mientras se acercaba a la última fila de asientos- 4 más 1, más 1, más 2, más 1...12.

-Sentate. A-b-c-d-e-f-g-h-i-j-k-l. Ele nos tocó....se te ocurre alguién?

-No, sentate vos, dale, son dos paradas. Ludmila, Luciana, Lila.. no.. no, no se...

Manuel trataba de recordar cualquier nombre con L, porque sabía que era importante disimular. Tanto él como ella sabían muy bien que el 12 a su vez podía ser el 1 más 2. Es decir, claro, 3. A-b-c... Coca, Claudia, Carla, Carola...si, Carola. Aún no estaba preparado. Su corazón palpitaba como el día de su cumpleaños en el pelotero, justo antes del primer timbrazo. Debía tratar de pasar desapercibido lo más posible, sabía que un mínimo gesto lo delataría. Aún no se hallaba listo para declarar su amor. Si hacía recién algunos meses que había descubierto que también se podía pasar un buen rato con las chicas fuera del ámbito del “quemado” en el patio de colegio. Todavía debía replantearse bien las cosas, y si decía que no... Prefería disimular por un tiempo, y luego, ahí si, encararla y...

-Ele? Te dije ele no? Leandro... Lea! No te puedo creer, te juro que nunca me había pasado. Ahh! Las chicas me van a cargar mucho cuando se enteren. Manu, te parece que me lo puedo quedar, me lo regalás?... digo, vos lo querés por algo? -No, dejá, quédatelo, es tuyo también. Yo para qué lo quiero- Su rostro perdió por lo menos 2 años de niñez, sus músculos se relajaron, su boca se enlutó, sus ojos dejaron de brillar, y su corazón disminuyó su ritmo cardíaco a un par de pulsaciones por minuto. -Bueno, gracias... es increíble, yo pensé que nunca me iba a dar bola... Y el colectivo siguió su marcha una parada más. La parada más larga en dos años para Manu. La más rápida para Caro, que se empeñaba en sumar de nuevo los valores absolutos de cada una de las cifras mientras dejaba volar sus sueños por la ventana, junto con los chicos que se tiraban venenitos de los árboles al otro lado de la avenida. Ambos, bien profundamente, se sentían distintos. Ya ninguno era el mismo. Nadie podía negar la preeminencia del boleto por sobre cualquier otro augurio. Nadie podía obviar la suerte del destino una vez que los números habían dado su veredicto. Todos confiábamos (y sabíamos, a su vez) que no había error posible. Hasta el mismo Nostradamus, se comenta, poseía una expendedora de boletos. Por eso, al momento de tocar el timbre y bajarse, sus mentes reflejaban historias diferentes.

Caro retiró sus dos pies juntos y con un saltito alcanzó el cordón de la vereda. Manu, en cambio, bajó pesadamente tras de ella. Apoyó primero uno, y luego otro de sus largos pies. Se saludaron con un beso frío, y caluroso a la vez, según quien lo reflejara. Cada uno enfiló para su casa... Caro recorrió la media cuadra que la separaba de su portón blanco de metal con pequeños saltitos de soga. Manu, en cambió, arrastró sus pies hasta la siguiente cuadra donde ya aguardaba un gran plato de sopa para apaciguar el frío clima, y entibiar su congelada alma...

7.5.05

Abro el bolsillo y encuentro...

"...qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose, solapados, a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos , la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros." Rayuela. Capítulo 19
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