asi es como algunos vuelan inevitablemente, como perteneciendo al aire... chaucha

Surcan las noches estivales generando las brisas que acarician las caras de los enamorados. Vuelan radiantes desafiando los 40 grados de los mediodías de enero, que lejos están de aquellos acercamientos interpersonales nocturnos. Acompañan los primeros brotes primaverales y hacen bailar las ocres hojas otoñales en su inevitable camino al suelo.

Generalmente andan apurados, la mayoría de las veces urgidos de llegar a un destino. No obstante, no omiten ninguna de las ocasionales escalas en el caso de ser instruidos para tal empresa.

Estos mensajeros, puros y sabios, saben de amores y odios, travesuras y traiciones, remordimientos y venganzas.

Su labor generalmente es solitaria pero su gratificación, creen, es altamente valedera del sacrificio. Audaces y atentos, nunca dejan verse por los errantes ojos humanos, incluso por aquellos que escrutan el cielo aguardándolos ansiosos.

Como en todo trabajo, tampoco faltan aquellos que incumplen su misión provocando alejamientos, evitando reencuentros, generando malentendidos o salvando incomodidades. A veces por negligencia o ingenuidad, otras por intenciones contradictorias o simples descuidos. Por supuesto que también están los experimentados, aquellos incansables soñadores que, por fuerza de la rutina repetida ya incontables veces, recorren su camino con los ojos cerrados a sabiendas de que el destinatario estará aguardándolos en el lugar de siempre.

Entonces entran, precavidos pero sin vacilar, silenciosos y al mismo tiempo ambiciosos, anhelantes y anhelados. Se escurren por alguna ventana o se filtran por alguna mínima endija. Ubican al receptor y se aproximan, con el tacto y la pericia del artista que empuña un pincel apresto a dar el último trazo, con el temor de arruinar una obra maestra por un evitable descuido.

Entregan pues el paquete como una leve caricia de viento que se acomoda en la mejilla.

Se los evidencia en las muecas descontracturantes que algunos llaman sonrisa y que se produce, en los humanos, tras cortar un teléfono o cerrar una carta