16.8.08

A veces pasa sentir que abris el diario y..."Cosas que te pasan si estas vivo", por Javiers

  • 1 am en una calle céntrica de Buenos Aires. De esas que son angostitas pero que parecen aún más pequeñas por los altos edificios que las rodean. Ahí nomás los mozos de una pizzería despachan a los últimos clientes con los ojos enrojecidos del fin de la jornada laboral.
  • Un joven de unos 24 años camina torpemente, aunque con hidalguía, hacia la parada de un colectivo. A su lado, transcurren escenas de adolescentes perfumados que intercambian exultantes comentarios. El joven apenas los mira, concentrado en las imperfecciones del suelo y convencido en que aquello que ocupa su pensamiento es, precisamente, no pensar en nada. A veces le sucede.
  • Tras largos minutos aparece el colectivo predestinado a depositarlo cerca de su casa. El joven desanda la distancia al saludo con el chofer, luego a la máquina y finalmente al asiento, de a 2, compartido con un muchacho de rulos de aspecto centroamericano (quiénsabeporqué).
  • Los primeros minutos se debate entre sacar un libro o escuchar conversaciones ajenas. El leve vacilar de pensamientos promovido por algunos vasos de bebida etílica no lo disuaden y termina por sacar un libro de tapa naranja, rústico en su estética y muy prometedor en su contenido. Las primeras hojas desbordan teoría que rebasa de los renglones y se pierde en los márgenes. Ni siquiera pareciera existir mediación de su lectura.
  • A punto de cerrar el libro y dedicarse a la contemplación de un paisaje que se empeña en correr en dirección contraria al colectivo, el joven pasa las hojas hacia el final y para su sorpresa encuentra más palabras que no se atan a las primeras por una solución de continuidad. Allí descubre un anexo que habla de distintos medios de comunicación alternativos, de intervenciones callejeras, de ideas políticas y políticos de ideas. Mágicamente el equilibrio se restablece en sus neuronas y las palabras que son pisadas por la vista recuperan la coherencia que el autor debía haber supuesto. El viaje entonces se hace corto y acaba en el momento de mayor excitación del lector (como no podía ser de otra manera).
  • El joven toca el timbre del colectivo aun sin levantarse del asiento, se apura a guardar el libro naranja en la mochila, ubica esta en su espalda y baja en 2 saltos. El viento vuelve a golpearle la cara y le devuelve la imagen de una ciudad quieta y en responso. Sus manos reafirman la mochila a la altura de sus hombros y sus pies cruzan la avenida. Las paredes se descubren entonces pulcras, hojas en blanco que piden la palabra a gritos mudos. El joven piensa: “si tuviera un aerosol en mi mochila”.
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